miércoles, 12 de enero de 2011

En veloz caballo

Clarín.
 En un veloz caballo
—perdóname, que fuerza es el pintallo
en viniéndome a cuento—,
en quien un mapa se dibuja atento,
pues el cuerpo es la tierra,
el fuego el alma que en el pecho encierra,
la espuma el mar, el aire su suspiro,
en cuya confusión un caos admiro;
pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,
monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;
de color remendado,
rucio, y a su propósito rodado,
 del que bate la espuela;
que en vez de correr, vuela;
 a tu presencia llega
airosa una mujer.

Segismundo.

Su luz me ciega.

Clarín.

¡Vive Dios, que es Rosaura!

Segismundo.

 ¡El cielo a mi presencia la restaura!

Rosaura.

Generoso Segismundo,
cuya majestad heroica
sale al día de sus hechos
de la noche de sus sombras;

Hipogrifo violento

Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
Quédate en este monte,
donde tengan los brutos su Faetonte;
que yo, sin más camino
que el que me dan las leyes del destino,
ciega y desesperada
bajaré la cabeza enmarañada
de este monte eminente,
 que arruga al sol el ceño de su frente.
Mal, Polonia, recibes
a un extranjero, pues con sangre escribes
su entrada en tus arenas,
y apenas llega, cuando llega a penas;
bien mi suerte lo dice; mas
¿dónde halló piedad un infelice?

jueves, 9 de diciembre de 2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La versión de Fernández Ardevín

Esta versión adopta la perspectiva del niño, por completo ajena a la situación de Lázaro como adulto. Una de sus secuencias recoge el fragmento que comentamos esta tarde, aunque este fragmento sólo aparece en la edición de Alcalá, 1554

martes, 30 de noviembre de 2010

A lo cual yo

A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos así por debajo de unos soportales, en Escalona adonde a la sazón estábamos, en casa de un zapatero había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte de ellas dieron a mi amo en la cabeza. El cual, alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era díjome:
-Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo.
     Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era y, como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele:
     -Tío, ¿por qué decís eso?
     Respondióme:
     -Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás cómo digo verdad.
Y así pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias, y como iba tentando si era allí el mesón adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran suspiro dijo:
     -¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre por ninguna vía!
     Como le oí lo que decía, dije:
     -Tío, ¿qué es eso que decís?
     -Calla, sobrino, que algún día te dará éste que en la mano tengo alguna mala comida y cena.
     -No le comeré yo -dije- y no me la dará.
     - Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives.
     Y así pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedió en él.
     Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y así por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.