jueves, 15 de octubre de 2020

Garcilaso de la Vega, soneto XVIII

 



De la Vega, Garcilaso, “Poesías castellanas completas”, ed. Elías L Rivers, Madrid, Clásicos Castalia, 1989 


Soneto XVIII 


1 Si a vuestra voluntad yo soy de cera 

2 y por sol tengo solo vuestra vista, 

3 la cual a quien no inflama o no conquista 

4 con su mirar es de sentido fuera, 

 

5 ¿de  viene una cosa que, si fuera 

menos veces de mí probada y vista, 

7 según parece que a razón resista, 

8 a mi sentido mismo no creyera? 

 

9 Y es que yo soy de lejos inflamado 

10 de vuestra ardiente vista y encendido 

11 tanto que en vida me sostengo apenas; 

 

12 mas si de cerca soy acometido 

13 de vuestros ojos, luego siento helado 

14 cuajárseme la sangre por las venas. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

El prólogo de don Quijote

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

Edición digital de Florencio Sevilla Arroyo.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Templo sagrado

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro,
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

   pequeña puerta de coral preciado, 5
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

   soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro Sol, en cuanto en torno gira, 10
ornan de luz, coronan de belleza;

   ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.

Sonetos amorosos, 1582
Luis de Góngora

domingo, 24 de noviembre de 2013

El mundo por dentro

Quien no ama con sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. ¡Dichoso es el que halla tal ocasión y sabio el que la goza! ¿Qué sentido no descansa en la belleza de una mujer que nació para amada del hombre? De todas las cosas del mundo aparta y olvida su amor, correspondiendo, teniéndole todo en poco y tratándole con desprecio. ¡Qué ojos tan hermosos honestamente! ¡Qué mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos de un alma libre! ¡Qué cejas tan negras, esforzando recíprocamente la blancura de la frente! ¡Que mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado que admira! ¡Qué labios encarnados, guardando perlas que la risa muestra con recato! ¡Qué cuello! ¡Qué manos! ¡Qué talle! Todos son causa de perdición y juntamente disculpa del que se pierde por ella.
-¿Qué más le queda a la edad que decir y al apetito que desear?-dijo el viejo-. Trabajo tienes si con cada cosa que ves haces esto. Triste fue tu vidad. No naciste sino para admirado. Hasta agora te juzgaba por ciego y agora veo que también eres loco. Y echo de ver que hasta agora no sabes para lo que Dios te dio los ojos ni cual es su oficio.

Francisco de Quevedo

domingo, 17 de noviembre de 2013

El prólogo del Lazarillo

http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12482952001249396310068/p0000001.htm#I_1_

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite. Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto para que ninguna cosa se debería romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar de ella algún fruto. Porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben. Y, a este propósito, dice Tulio: «La honra cría las artes».
¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro; y así en las artes y letras es lo mismo. Predica muy bien el presentado y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: «¡Oh, qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!». Justó muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad?
Y todo va de esta manera: que, confesando yo no ser más santo que mis vecinos, de esta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.
Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme no tomarle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.

domingo, 10 de noviembre de 2013

La religión de la isla Española

Hombres y mujeres todos son muy devotos, y guardaban muchas fiestas; cuando el cacique celebraba la festividad de su devoto y principal ídolo, venían al oficio todos. Ataviaban el dios muy garridamente; poníanse los sacerdotes como en coro, junto al rey; y el cacique a la entrada del templo con un atabalejo al lado. Venían los hombres pintados de negro, colorado, azul y otros colores, o enramados y con guirnaldas de flores o plumajes, y caracoles y conchuelas en los brazos y piernas por cascabeles; venían también las mujeres con semejantes sonajas, mas desnudas si eran vírgenes y sin pintura ninguna; si casadas, con solamente unas como bragas; entraban bailando y cantando al son de las conchas. Saludábalos el cacique con el atabal así como llegaban. Entrados en el templo, vomitaban metiéndose un palillo por el garguero, para mostrar al ídolo que no les quedaba cosa mala en el estómago. Sentábanse en cuclillas y rezaban, que parecían abejones, y así andaba un extraño ruido; llegaban entonces otras muchas mujeres con cestillas de tortas en las cabezas, y muchas rosas, flores y yerbas olorosas encima. Rodeaban los que oraban y comenzaban a cantar uno como romance viejo en loor de aquel dios. Levantábanse todos a responder; en acabando el romance, mudaban el tono y decían otro en alabanza del cacique, y así ofrecían el pan al ídolo, hincados de rodillas. Tomábanlo los sacerdotes, bendecíanlo y repartíanlo como nosotros el pan bendito; y con tanto, cesaba la fiesta. Guardaban aquel pan todo el año, y tenían por desdichada la casa que sin él estaba y sujeta a muchos peligros.
Historia de las indias y conquista de México.
López de Gomara

domingo, 3 de noviembre de 2013

Deus pictor

Arte de la pintura
Pablo de Céspedes
Un mundo en breve forma reducido,
propio retrato de la mente eterna,
hizo Dios, que es el hombre, ya escogido
morador de su regia sempiterna;
y l' aura simple de inmortal sentido
inspiró dentro de la mansión interna;
que la exterior parte avive y mueva
los miembros fríos de la imagen nueva.
Vistiólo de una ropa que compuso
en extremo bien hecha y ajustada,
de un color hermosísimo, confuso,
que entre blanco se muestre colorada.
Como si alguno entre azucenas puso
la rosa, en bella confusión mezclada;
o del indio marfil trasflora y pinta
la limpia tez con la sidonia tinta.
Suárez Miramón, Ana "Literatura, Arte y Pensamiento", pag. 172