jueves, 9 de diciembre de 2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La versión de Fernández Ardevín

Esta versión adopta la perspectiva del niño, por completo ajena a la situación de Lázaro como adulto. Una de sus secuencias recoge el fragmento que comentamos esta tarde, aunque este fragmento sólo aparece en la edición de Alcalá, 1554

martes, 30 de noviembre de 2010

A lo cual yo

A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos así por debajo de unos soportales, en Escalona adonde a la sazón estábamos, en casa de un zapatero había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte de ellas dieron a mi amo en la cabeza. El cual, alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era díjome:
-Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo.
     Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era y, como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele:
     -Tío, ¿por qué decís eso?
     Respondióme:
     -Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás cómo digo verdad.
Y así pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias, y como iba tentando si era allí el mesón adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran suspiro dijo:
     -¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre por ninguna vía!
     Como le oí lo que decía, dije:
     -Tío, ¿qué es eso que decís?
     -Calla, sobrino, que algún día te dará éste que en la mano tengo alguna mala comida y cena.
     -No le comeré yo -dije- y no me la dará.
     - Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives.
     Y así pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedió en él.
     Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y así por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.

martes, 23 de noviembre de 2010

La mañana venida

La mañana venida, levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa. ¡Y yo que le servía de pelillo! Y vísteseme muy a su placer de espacio. Echéle aguamanos, peinóse y púsose su espada en el talabarte, y, al tiempo que la ponía, díjome:
-¡Oh, si supieses, mozo, qué pieza es ésta! No hay marco de oro en el mundo por que yo la diese; mas así, ninguna de cuantas Antonio hizo no acertó a ponelle los aceros tan prestos como ésta los tiene.
Y sacóla de la vaina y tentóla con los dedos, diciendo:
-¿La ves aquí? Yo me obligo con ella cercenar un copo de lana.
Y yo dije entre mí: «Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras».
Tornóla a meter y ciñósela, y un sartal de cuentas gruesas del talabarte. Y con un paso sosegado y el cuerpo derecho, haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo de la capa sobre el hombro y a veces so el brazo, y poniendo la mano derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo:
-Lázaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama y ve por la vasija de agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al quicio porque, si yo viniere en tanto, pueda entrar.
Y súbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al conde de Arcos, o, al menos, camarero que le daba de vestir.
«¡Bendito seáis Vos, Señor -quedé yo diciendo- que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrará a aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y, aunque agora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trajo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo? Nadie por cierto lo sospechará. ¡Oh Señor, y cuántos de aquéstos debéis Vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra, lo que por Vos no sufrirán!»