lunes, 22 de octubre de 2012
sábado, 20 de octubre de 2012
Sannazaro, retratado por Tiziano
Prólogo de la Arcadia
Los altos y espaciosos árboles, creados por la natura en
los hórridos montes, suelen, a menudo, agradar más a quien los mira que las
cultivadas plantas, expurgadas por doctas manos en los adornados jardines; y
suelen complacer mucho más en los solitarios bosques los selváticos pájaros,
sobre las verdes ramas cantando, a quien los escucha, que en las hacinadas
ciudades, los amaestrados, dentro de las graciosas y ornadas jaulas. Por lo que
igualmente, y así lo creo, sucede que las silvestres canciones escritas en las
rugosas cortezas de las hayas deleitan a quien las lee no menos que los cultos
versos escritos en los lisos papeles de los dorados libros, y las enceradas
cañas de los pastores ofrecen tal vez un sonido más agradable en los floridos
valles, que los tersos y apreciados bojes de los músicos en las ostentosas
estancias. ¿Y quién duda, que a las humanas mentes no sea más agradable una
fontana, que libremente mane de la viva piedra, rodeada de verde hierba que
todas las otras artísticamente hechas con blanquísimos mármoles,
resplandecientes por el mucho oro? En verdad, creo que nadie. Por lo que,
confiando en todo lo dicho, bien podré entre estas solitarias riberas, narrar
las rústicas Églogas, brotadas de natural vena, a los árboles que escuchan, y a
aquellos pocos pastores que aquí se encuentren; así, expresándolas desnudas de
ornato, tal como las oí cantar a los pastores de Arcadia, bajo las placenteras
sombras, junto al murmullo de líquidas fuentes. Églogas, a las que no una vez,
sino mil, los montanos dioses, vencidos por su dulzura, prestaron atentos
oídos, y por las que las tiernas Ninfas, olvidadas de perseguir a los esquivos
animales, abandonaron las aljabas y los arcos bajo los altos pinos del Ménalo y
el Liceo. Por lo que yo, si me estuviera permitido, más tendría por glorioso el
poner mi boca en la humilde zampoña de Coridón, que antes le diera Dametas como
inapreciable presente, que en la sonora flauta de Palas, por la cual el
ensoberbecido Sátiro provocó a Apolo para su propio mal. Que sin duda es
preferible cultivar bien el terreno pequeño, que por mal gobierno dejar
embosquecer el grande.
martes, 16 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
martes, 9 de octubre de 2012
lunes, 14 de noviembre de 2011
lunes, 31 de octubre de 2011
La belleza del rostro
El cortesano
Libro IV capítulo VI
Baltasar de Castiglione
Mas hablando de la hermosura de que nosotros ahora tratamos, la cual es solamente aquella que parece en los cuerpos, y en especial en los rostros humanos y mueve aquel ardiente deseo que llamamos amor, diremos que es un lustre o un bien que mana de la bondad divina, el cual aunque se extienda y se derrame sobre todas las cosas criadas como la luz del sol, todavía cuando halla un rostro bien medido y compuesto, con una cierta alegre y agradable concordia de colores distintos, y ayudados de sus lustres y de sus sombras, y de un ordenado y proporcionado espacio y término de líneas, infúndese en él, y muéstrase hermosísimo, aderezando y ennobleciendo aquel sujeto, donde él resplandece acompañándole, y alumbrándole de una gracia y resplandor maravilloso, como rayo de sol que da en un hermosos vaso de oro, muy bien labrado y lleno de piedras preciosísimas; y así con esto trae sabrosamente a sí los ojos que le ven, y penetrando por ellos se imprime en el alma de quien le mira, y con una nueva y extraña dulzura toda la trastorna y la hinche de deleite, y encendiéndola, la mueve a un deseo grande de él; así que, quedando presa el alma del deseo de gozar de esta hermosura como de cosa buena, si se deja guiar por el sentido, da de ojos en grandes errores, y juzga que aquel cuerpo, en el cual se ve la hermosura, es la causa principal de ella, y así, para gozarla enteramente, piensa que es necesario juntarse de todo, lo más que sea posible, con él; y este es gran error, y por eso, el que cree gozar la hermosura poseyendo el cuerpo donde ella mora, recibe engaño, y es movido no de verdadero conocimiento por elección de razón, sino por opinión falsa por el apetito del sentido; y así también el placer que se sigue de esto ha de ser de necesidad falso
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